jueves, 26 de julio de 2007

King’s Cross

CAPITULO 35 - KING'S CROSS

Yacía bocabajo, escuchando el silencio. Estaba absolutamente solo. Nadie lo estaba mirando. Nadie más estaba allí. No estaba completamente seguro de que él mismo estuviera allí.
Bastante tiempo después, o quizá en ese mismo instante, le vino el pensamiento de que debía de existir, debía de ser más que un pensamiento incorpóreo, ya que estaba tendido, definitivamente tendido sobre alguna superficie. Por tanto tenía el sentido del tacto, y la cosa contra la que estaba tendido también existía.
Casi en el momento en que llegó a esa conclusión, Harry se dio cuenta de que estaba desnudo. Convencido como estaba de su total aislamiento, esto no le preocupó, pero sí le intrigó levemente. Si bien podía sentir, se preguntó si también podría ver. Abriéndolos, descubrió que tenía ojos.
Yacía en medio de una brillante neblina, aunque no era como las otras neblinas que siempre había experimentado. Los alrededores no estaban ocultos por vapor nublado; más bien el vapor nublado no se había formado a su alrededor. El suelo en el que estaba echado parecía ser blanco, ni caliente ni frío, simplemente así, un espacio liso y blanco en el que estar.
Se sentó. Su cuerpo parecía indemne. Se tocó la cara. Ya no llevaba las gafas puestas.
Entonces un ruido le llegó a través de la nada uniforme que le rodeaba: los pequeños y suaves golpeteos de algo que aleteaba, se sacudía y luchaba. Era un sonido lastimoso, pero también ligeramente indecente. Tenía la incómoda sensación de que estaba escuchando algo vergonzoso y furtivo.
Por primera vez, deseó estar vestido.
Casi al instante de formarse el deseo en su mente, unas túnicas aparecieron a corta distancia. Las cogió y se las puso. Eran suaves, limpias, y cálidas. Era extraordinario cómo simplemente habían aparecido así, en el momento en que las quería…
Se puso en pie mirando alrededor. ¿Estaba en alguna gran Sala de los Menesteres? Cuanto más lejos miraba, mas se veía. Un gran techo abovedado de cristal brillaba en lo alto bajo la luz del sol. Tal vez era un palacio. Todo estaba silencioso y quieto, exceptuando esos extraños golpeteos y sonidos gimoteantes que salían de algún lugar cercano, en la neblina…
Harry se giró lentamente, y los alrededores parecieron inventarse a si mismos ante sus ojos. Un gran espacio abierto, brillante y limpio, una grandiosa sala mucho más grande que el Gran Comedor, con ese límpido techo abovedado de cristal. Estaba bastante vacío. Era la única persona allí, excepto por…
Retrocedió. Había localizado la cosa que estaba haciendo los ruidos. Tenía la forma de un niño pequeño desnudo, arrebujado en el suelo, con la piel ajada y áspera, despellejada. Estaba temblando bajo el asiento donde había sido abandonado, no deseado, escondido fuera de vista, luchando por respirar.
Sintió miedo de él. Aunque era pequeño y frágil y estaba herido, no quería acercarse a él. Sin embargo, se fue acercando lentamente, listo para saltar hacia atrás en cualquier momento. Pronto estuvo lo suficientemente cerca para tocarlo, pero no fue capaz de hacerlo. Se sintió como un cobarde. Debería reconfortarlo, pero le causaba repulsión.
-No puedes ayudar.
Se dio la vuelta. Albus Dumbledore estaba andando hacia él, directo y lleno de energía, vistiendo prendas de un radical azul medianoche y con una túnica suelta de color azul medianoche.
-Harry -abrió los brazos ampliamente, y sus manos estaban enteras, blancas e intactas-. Chico maravilloso. Valiente, valiente hombre. Paseemos.
Atónito, Harry siguió a Dumbledore cuando este se alejó a grandes zancadas del gimoteante y despellejado niño, llevándolo a dos asientos que Harry no había notado previamente, que estaban colocados a cierta distancia bajo el alto y destellante techo. Dumbledore se sentó en uno de ellos y Harry en el otro, mirando la cara de su antiguo director. El largo cabello plateado y la barba de Dumbledore, los penetrantes ojos azules bajo las gafas de media luna, la nariz torcida: todo estaba como lo recordaba. Y aun así…
-Pero está muerto -dijo Harry.
-Oh, sí -dijo Dumbledore de forma práctica.
-Entonces… ¿también estoy muerto?
-Ah -dijo Dumbledore, sonriendo más abiertamente-. Esa es la cuestión ¿no es cierto? En conjunto, querido muchacho, creo que no.
Se miraron mutuamente, el hombre mayor todavía sonriendo.
-¿No? -repitió Harry.
-No -dijo Dumbledore.
-Pero… -Harry levantó instintivamente la mano hacia la cicatriz con forma de relámpago. No parecía que estar allí-. Pero debería haber muerto… ¡no me defendí! ¡Tenía la intención de dejar que me matara!
-Y esa voluntad -dijo Dumbledore-, pienso, marcó toda la diferencia.
La felicidad parecía irradiar de Dumbledore como una luz, como fuego. Harry nunca había visto al hombre tan completamente y palpablemente satisfecho.
-Explíquese -dijo Harry.
-Pero ya lo sabes –dijo Dumbledore. Se cruzó de brazos y jugueteó con los dedos.
-Dejé que me matase –dijo Harry-, ¿verdad?
-Lo hiciste –dijo Dumbledore, asintiendo con la cabeza-. ¡Sigue!
-Así que la parte de su alma que estaba en mí…
Dumbledore asintió todavía con más entusiasmo, instando a Harry a seguir, con una amplia sonrisa de aliento en la cara.
-… se ha ido?
-¡Oh sí! –dijo Dumbledore-. Sí, la destruyó. Tu alma está completa, y es completamente tuya, Harry.
-Pero entonces…
Harry miró por encima de su hombro, hacia donde la pequeña y mutilada criatura temblaba bajo la silla.
-¿Qué es eso, profesor?
-Algo que está más allá de nuestra ayuda –dijo Dumbledore.
-Pero si Voldemort usó la Maldición Asesina –empezó Harry otra vez-, y nadie murió por mí esta vez… ¿cómo puedo estar vivo?
-Creo que lo sabes –dijo Dumbledore-. Piensa en lo que pasó. Recuerda lo que hizo, en su ignorancia, en su codicia y crueldad.
Harry pensó. Dejó que su mirada vagase por los alrededores. Si efectivamente estaban sentados en un palacio, era uno extraño, con sillas colocadas en pequeñas filas y trozos de verja aquí y allá. Y aún así, él y Dumbledore y la atrofiada criatura bajo la silla eran los únicos seres allí. Entonces la respuesta brotó en sus labios con facilidad, sin esfuerzo.
-Tomó mi sangre –dijo Harry.
-¡Precisamente! –dijo Dumbledore-. ¡Tomó tu sangre y reconstruyó su cuerpo vivo con ella! Tu sangre en sus venas, Harry, ¡la protección de Lily dentro de ambos! ¡Te ató a la vida mientras él viva!
-Yo vivo… ¿mientras él vive? Pero pensé… ¡pensé que era al revés! Pensé que ambos teníamos que morir. ¿O es lo mismo?
Fue distraído por los gemidos y golpeteos de la criatura que agonizaba tras ellos, y de nuevo miró hacia atrás para verla.
-¿Está seguro de que no podemos hacer nada?
-No hay ayuda posible.
-Entonces explíqueme… más –dijo Harry, y Dumbledore sonrió.
-Tú fuiste el séptimo Horrocrux, Harry, el Horrocrux que nunca tuvo intención de hacer. Había vuelto su alma tan inestable que se rompió en pedazos cuando cometió esos actos de atroz maldad, el asesinato de tus padres, el intento de matar a un niño. Pero lo que escapó de esa habitación fue menos de lo que supo. Dejó algo más que su cuerpo detrás. Dejó parte de su alma pegada a ti, la víctima en potencia que había sobrevivido.
»¡Y su conocimiento permaneció deplorablemente incompleto, Harry! Aquello a lo que Voldemort no da valor, no se toma la molestia de entender. De elfos domésticos y cuentos de niños, de amor, lealtad e inocencia, Voldemort no sabe ni entiende nada. Nada. Que todos tienen un poder más allá del suyo, un poder más allá del alcance de cualquier magia, es una verdad que nunca ha comprendido.
»Tomó tu sangre pensando que lo haría más fuerte. Tomó en su cuerpo una pequeña parte del encantamiento que tu madre colocó en ti cuando murió por salvarte. El cuerpo de Voldemort mantiene su sacrificio vivo, y mientras ese encantamiento sobreviva, asimismo lo harás tú y también la última esperanza de Voldemort para sí mismo.
Dumbledore sonrió a Harry y éste lo miró.
-¿Y usted sabía todo esto? Lo sabía… ¿todo este tiempo?
-Lo suponía. Pero mis suposiciones normalmente han sido buenas –dijo Dumbledore con alegría, y continuaron sentados en silencio durante lo que pareció un largo rato, mientras la criatura que estaba detrás continuaba gimiendo y temblando.
-Hay más –dijo Harry-. Hay más sobre eso. ¿Por qué mi varita rompió la que él había tomado prestada?
-Sobre eso no puedo estar seguro.
-Haga una conjetura, entonces. –dijo Harry, y Dumbledore rió.
-Lo que debes entender, Harry, es que tú y Lord Voldemort habéis viajado juntos en dominios de la magia hasta el momento desconocidos y no probados. Pero esto es lo que creo que pasó, y no tiene precedente, y pienso que ningún fabricante de varitas se lo podría haber pronosticado o explicado a Voldemort.
»Sin tener intención de ello, como sabes ahora, Lord Voldemort dobló el vínculo entre vosotros cuando volvió a la forma humana. Un parte de su alma todavía estaba pegada a la tuya, y pensando en fortalecerse, tomó una parte del sacrificio de tu madre en sí mismo. Si sólo hubiese entendido el preciso y terrible poder de ese sacrificio, tal vez no se habría atrevido a tocar tu sangre… Pero entonces, si hubiese sido capaz de entenderlo, no podría ser Lord Voldemort, y quizás nunca habría asesinado.
»Habiendo asegurado esta conexión doble, habiendo enlazado vuestros destinos juntos con más seguridad de lo que alguna vez dos magos han estado unidos en la historia, Voldemort procedió a atacarte con una varita que compartía núcleo con la tuya. Y entonces algo muy extraño pasó, como sabemos. Los núcleos actuaron de una forma que Lord Voldemort, que nunca supo que tu varita era una gemela de la suya, nunca habría esperado.
»Tenía mucho más miedo que tú esa noche, Harry. Habías aceptado, incluso abrazado la posibilidad de la muerte, algo de lo que Lord Voldemort nunca ha sido capaz. Tu valentía ganó, tu varita sobrepasó en poder a la suya. Y al hacer eso, algo pasó entre esas dos varitas, algo que repitió la relación entre sus amos.
»Creo que tu varita se imbuyó de parte del poder y las cualidades de la varita de Voldemort esa noche, que es lo mismo que decir que pasó a contener un poco del mismo Voldemort. Así que tu varita lo reconoció cuando te persiguió, reconoció al hombre que era a la vez familiar y enemigo mortal, y regurgitó parte de su propia magia contra él, magia mucho más poderosa que la que la varita de Lucius había realizado alguna vez. Tu varita ahora contiene el poder de tu enorme valentía y la propia habilidad mortal de Voldemort: ¿Qué oportunidad tenía esa pobre ramita de Lucius Malfoy?
-Pero si mi varita era tan poderosa, ¿cómo es que Hermione fue capaz de romperla? –preguntó Harry.
-Mi querido muchacha, sus extraordinarios efectos fueron únicamente dirigidos a Voldemort, que había interferido de forma tan poco aconsejable con las leyes más profundas de la magia. La varita sólo fue anormalmente poderosa al enfrentarse a él. Por lo demás era una varita tan normal como cualquier otra… aunque una muy buena, estoy seguro –terminó Dumbledore amablemente.
Harry permaneció sentado pensando durante bastante tiempo, o tal vez segundos. Ahí era bastante complicado estar seguro de cosas como el tiempo.
-Me mató con su varita.
-Falló al matarte con mi varita –corrigió Dumbledore a Harry-. Creo que podemos estar de acuerdo en que no estás muerto… aunque, por supuesto –añadió, como si temiese haber sido descortés-, no minimizo tus sufrimientos, que estoy seguro fueron severos.
-Aunque ahora me siento genial –dijo Harry, bajando la vista a sus manos limpias y sin manchas-. ¿Dónde estamos, exactamente?
-Bueno, te iba a preguntar eso –dijo Dumbledore, mirando alrededor-. ¿Dónde dirías que estamos?
Hasta que Dumbledore lo preguntó, Harry no lo había sabido. Ahora, sin embargo, se encontró con que tenía una respuesta preparada.
-Parece –dijo lentamente-, la estación de King’s Cross. Excepto que mucho más limpia y vacía, y por lo que puedo ver, no tiene trenes.
-¡La estación de King’s Cross! –Dumbledore se estaba riendo entre dientes excesivamente-. ¿Dios mío, de verdad?
-Bueno, ¿dónde piensa usted que estamos? –dijo Harry, un poco a la defensiva.
-Mi querido muchacho, no tengo ni idea. Esto es, como dicen, tu fiesta.
Harry no tenía ni idea de lo que quería decir eso; Dumbledore estaba siendo exasperante. Lo miró airado, y entonces recordó una pregunta mucho más apremiante que esa de su actual localización.
-Las Reliquias de la Muerte –dijo, y se alegró al ver que las palabras le borraban la sonrisa a los labios de Dumbledore.
-Ah, sí –dijo él. Incluso parecía un poco preocupado.
-¿Bueno?
Por primera vez desde que Harry conocía a Dumbledore, pareció menos un hombre mayor, mucho menos. Fugazmente pareció un niño pequeño pillado en una maldad.
-¿Puedes perdonarme? –dijo-. ¿Puedes perdonarme por no confiar en ti? ¿Por no decírtelo? Harry, sólo temía que fallases como yo lo había hecho. Temía que cometieses mis errores. Ansío tu perdón, Harry. He sabido, desde hace bastante tiempo, que eres el mejor hombre de los dos.
-¿De qué está hablando? –preguntó Harry, sobresaltado por el tono de Dumbledore, por las repentinas lágrimas en sus ojos.
-Las Reliquias, las Reliquias –murmuró Dumbledore-. ¡El sueño de un hombre desesperado!
-¡Pero son reales!
-Reales y peligrosas, y un atractivo para los tontos –dijo Dumbledore-. Y yo era tan tonto. Pero lo sabes, ¿verdad? Ya no tengo más secretos para ti. Lo sabes.
-¿Qué sé?
Dumbledore giró todo su cuerpo para enfrentar a Harry, y las lágrimas todavía destellaban en los brillantes ojos azules.
-El amo de la muerte, Harry, ¡el amo de la Muerte! ¿En última instancia, fui mejor que Voldemort?
-Por supuesto que lo fue –dijo Harry-. Por supuesto… ¿cómo puede preguntar eso? ¡Nunca mataba si podía evitarlo!
-Cierto, cierto –dijo Dumbledore, que parecía un niño buscando confianza-. Y aún así busqué una manera de conquistar a la muerte, Harry.
-No de la forma que él lo hizo –dijo Harry. Después de toda su rabia contra Dumbledore, qué extraño era sentarse ahí, bajo el alto techo abovedado, y defender a Dumbledore de sí mismo-. Reliquias, no Horrocruxes.
-Reliquias –murmuró Dumbledore-, no Horrocruxes. Precisamente.
Hubo una pausa. La criatura detrás de ellos gimoteó, pero Harry no volvió a mirar alrededor.
-¿Grindelwald también las buscaba? –preguntó.
Dumbledore cerró los ojos un momento y asintió.
-Era la cosa, por encima de todo, que nos acercó. –dijo en vos baja-. Dos chicos listos y arrogantes con una obsesión común. Quería ir al Valle de Godric, como estoy seguro de que acertaste, debido a la tumba de Ignotus Peverell. Quería explorar el lugar donde el tercer hermano había muerto.
-¿Entonces es cierto? –preguntó Harry-. ¿Todo eso? Los hermanos Peverell…
-… fueron los tres hermanos del cuento –dijo Dumbledore, asintiendo-. Oh, sí, creo que sí. Si conocieron o no a la Muerte en un camino solitario… creo que es más probable que los hermanos Peverell fuesen simplemente magos dotados y peligrosos que consiguieron crear esos objetos poderosos. La historia de que fuesen las propias Reliquias de la Muerte, me parece el tipo de leyenda que podría haberse extendido alrededor de esas creaciones.
»La Capa, como sabes ahora, viajó a través de los años, de padre a hijo, de madre a hija, hasta el último descendiente vivo de Ignotus, que nació, al igual que Ignotus, en el pueblo del Valle de Godric.
Dumbledore sonrió a Harry.
-¿Yo?
-Tú. Has adivinado, lo sé, porqué la Capa estaba en mi posesión la noche en que tus padres murieron. James me la había enseñado justo unos días antes. ¡Explicaba tanto sus travesuras no descubiertas en el colegio! Apenas podía creer lo que estaba viendo. Se la pedí prestada, para examinarla. Hacía mucho que había desistido de mis sueño de juntar las Reliquias, pero no pude resistirme, no pude evitar querer examinarla… Era una Capa como nunca había visto, extremadamente antigua, perfecta en todos los sentidos… y entonces tu padre murió, y yo tuve dos Reliquias, ¡todas para mí!
Su tono era insoportablemente amargo.
-Aunque la Capa no les habría ayudado a sobrevivir –dijo Harry con rapidez-. Voldemort sabía dónde estaban mis padres. La Capa no les habría hecho inmunes a las maldiciones.
-Cierto –suspiró Dumbledore-. Cierto.
Harry esperó, pero Dumbledore no habló, por lo que apuntó:
-¿Así que había abandonado la búsqueda de las Reliquias cuando vio la Capa?
-Oh sí –dijo Dumbledore débilmente. Parecía que se estaba obligando a encontrar los ojos de Harry-. Sabes lo que pasó. Lo sabes. No puedes despreciarme más de lo que me desprecio a mí mismo.
-Pero no le desprecio.
-Entonces deberías hacerlo –dijo Dumbledore. Tragó aire profundamente-. Conoces el secreto de la mala salud de mi hermana, lo que le hicieron esos muggles, en lo que se convirtió. Sabes cómo mi pobre padre buscó la venganza, y pagó el precio, muriendo en Azkaban. Sabes cómo mi madre renunció a su propia vida para cuidar de Ariana.
»Yo estaba resentido por eso, Harry.
Dumbledore lo indicó sin rodeos, con frialdad. Ahora estaba mirando por encima de la cabeza de Harry, hacia la distancia.
-Tenía dones, Harry, era brillante. Quería escapar. Quería brillar. Quería la Gloria.
»No me malinterpretes. –dijo, y el dolor cruzó su cara, de modo que de nuevo parecía un anciano-. Los amaba, amaba a mis padres. Amaba a mi hermano y a mi hermana, pero era egoísta, Harry, más egoísta de lo que tú, que eres una persona extraordinariamente desinteresada, puedas imaginar.
»Entonces, cuando mi madre murió y quedé responsable de una hermana dañada y un hermano caprichoso, volví al pueblo con ira y amargura. ¡Atrapado y desaprovechado!, pensé. Y entonces por supuesto, él vino…
dumbledore miró nuevamente a Harry a los ojos.
-Grindelwald. No te puedes imaginar cómo sus ideas me atraparon, Harry, me excitaron. Muggles forzados al servilismo. Nosotros los magos, triunfantes. Grindelwald y yo, los gloriosos jóvenes líderes de la revolución.
»Oh, tuve unos pocos escrúpulos. Calmé a mi conciencia con palabras vacías. Todo sería para el bien superior, y cualquier daño hecho sería reparado cien veces más en beneficios para los magos. ¿Sabía, en lo más profundo de mi corazón, lo que era Gellert Grindelwald? Creo que lo sabía, pero cerré los ojos. Si los planes que estábamos haciendo daban resultado, todos mis sueños se harían realidad.
»Y en el corazón de nuestras maquinaciones, ¡las Reliquias de la Muerte! ¡Cómo le fascinaban, cómo nos fascinaban a los dos! ¡La varita invencible, el arma que nos llevaría al poder! La Piedra de Resurrección… para él, aunque yo fingía no saberlo, ¡significaba un ejército de Inferi! Para mí, te confieso, significaba la vuelta de mis padres, y que se fuesen todas las responsabilidades de mis hombros.
»Y la Capa… por alguna razón, nunca discutimos mucho la Capa, Harry. Ambos nos ocultábamos lo suficientemente bien sin la Capa, cuya verdadera magia, por supuesto, es que se podía usar para proteger y escudar a otros además de a su dueño. Pensé que si alguna vez la encontrábamos, podría ser útil para esconder a Adriana, pero nuestro interés en la Capa era principalmente que completaba el trío, ya que la leyenda decía que el hombre que uniese los tres objetos sería el verdadero amo de la Muerte, lo que nosotros pensábamos que significaba "invencible".
»¡Invencibles amos de la Muerte, Grindelwald y Dumbledore! Dos meses de locura, de sueños crueles, y de abandono de los únicos dos miembros de mi familia que me quedaban.
»Y entonces… ya sabes lo que pasó. La realidad volvió en forma de mi brusco, poco académico e infinitamente mucho más admirable hermano. No quise escuchar las verdades que me gritó. No quise escuchar que no podía exponerme y buscar las Reliquias con una frágil e inestable hermana a cuestas.
»La discusión se convirtió en una pelea. Grindelwald perdió el control. Eso que siempre había sentido en él, aunque fingía que no, ahora se volvió un ser terrible. Y Ariana… después de todo el cuidado y precaución de mi madre… yació muerta en el suelo.
Dumbledore soltó un pequeño jadeo y empezó a llorar de verdad. Harry estiró la mano y se alegró al encontrarse con que podía tocarlo. Lo agarró del brazo con fuerza, y gradualmente Dumbledore recuperó el control.
-Bueno, Grindelwald escapó, como cualquiera menos yo podía haber pronosticado. Se desvaneció, con sus planes de alcanzar el poder, y sus maquinaciones de torturas a muggles, y sus sueños sobre las Reliquias de la Muerte, sueños en los que lo había animado y ayudado. Escapó, mientras yo me quedé para enterrar a mi hermana, y aprender a vivir con mi culpa y mi terrible pesar, el precio de mi deshonra.
»Pasaron los años. Hubo rumores sobre él. Decían que se había hecho con una varita de inmenso poder. Mientras tanto, a mi me ofrecieron el puesto de Ministro de Magia, no una vez, sino varias. Naturalmente, lo rechacé. Había aprendido que no se podía confiar en mí teniendo poder.
-¡Pero usted habría sido mejor, mucho mejor, que Fudge o Scrimgeour! –soltó Harry de golpe.
-¿Lo habría sido? –preguntó Dumbledore pesadamente-. No estoy tan seguro. Había probado, siendo un hombre joven, que el poder era mi debilidad y mi tentación. Es una cosa curiosa, Harry, pero quizás aquellos que son más apropiados para el poder son los que nunca lo han buscado. Aquellos que, como tú, se les impone el liderazgo, y que toman el control porque deben, y se encuentran para su propia sorpresa que lo llevan bien.
»Estaba seguro en Hogwarts, creo que fui un buen profesor…
-Fue el mejor…
-… eres muy amable, Harry. Pero mientras me ocupaba con el entrenamiento de jóvenes magos, Grindelwald estaba formando un ejército. Decían que me temía, y tal vez lo hacía, pero menos, creo, de lo que yo le temía.
»Oh, no la muerte –dijo Dumbledore, en respuesta a la mirada interrogante de Harry-. No a lo que me pudiera hacer mágicamente. Sabía que estábamos totalmente igualados, quizás incluso yo era un poco más habilidoso. Era la verdad lo que temía. Sabes, nunca supe quién de nosotros, en esa última pelea horrible, había lanzado la maldición que mató a mi hermana. Puedes llamarme cobarde: tendrías razón, Harry. Temía por encima de todas las cosas el conocimiento de que había sido yo el que la había matado, no meramente por mi arrogancia y estupidez, sino porque en realidad hubiese lanzado el golpe que la dejó sin vida.
»Creo que él lo sabía, que sabía lo que me atemorizaba. Retrasé nuestro encuentro hasta que finalmente, habría sido demasiado vergonzoso resistirse más. La gente estaba muriendo y él parecía imparable, y tuve que hacer lo que pude.
»Bueno, ya sabes lo que pasó después. Gané el duelo. Gané la varita.
Otro silencio. Harry no preguntó si Dumbledore había averiguado alguna vez quién había matado a Ariana. No quería saberlo, y menos quería que Dumbledore se lo contase. Por fin sabía lo que Dumbledore debería haber visto al mirarse en el espejo de Oesed, y porqué Dumbledore había entendido tan bien la fascinación que había ejercido sobre Harry.
Se sentaron en silencio durante bastante rato, y los quejidos de la criatura detrás de ellos apenas perturbaban más a Harry.
Por fin dijo: -Grindelwald intentó detener a Voldemort de perseguir la varita. Le mintió, sabe, aparentó que nunca la había tenido.
Dumbledore asintió, bajando la vista a su regazo, con lágrimas todavía brillando en su torcida nariz.
-Dicen que mostró arrepentimiento en sus últimos años, solo en su celda en Nurmengard. Espero que eso sea cierto. Me gustaría pensar que sintió el horror y la vergüenza de lo que había hecho. Tal vez esa mentira hacia Voldemort fue su intento de reconciliarse… de evitar que Voldemort consiguiese la Reliquia…
-… o tal vez de que entrase en su tumba? –sugirió Harry, y Dumbledore se enjugó los ojos.
Después de otra corta pausa, Harry dijo,
-Intentó utilizar la Piedra de Resurección.
Dumbledore asintió.
-Cuando la descubrí, después de todos esos años, enterrada en el hogar abandonado de los Gaunts... la Reliquia que anhelaba mas que todas, aunque en mi juventud la había deseado por razones muy distintas... Perdí la cabeza, Harry. Realmente olvidé que era un Horrocrux, que el anillo claramente cargaba con una maldición. Lo recogi, y me lo puse, y en un segundo imaginé que estaba a punto de ver a Ariana, y a mi madre, y a mi padre, y en decirles lo mucho, muchísimo que lo sentía, fui...
»Fui un tonto, Harry. Después de todos esos años no había prendido nada. Yo no servía para reunir las Reliquias, lo había demostrado una y otra vez, y aquí estaba la prueba final.
-¿Por qué? -dijo Harry- ¡Es natural! Quería verles de nuevo. ¿Qué hay de malo en ello?
-Quizás un hombre entre un millón podría reunir las Reliquias, Harry. Yo servía solo para poseer la menos de ellas, la menos extraordinaria. Era apropiado para la Varita de Sauco, y no más, y no jactarme, ni matar con ella. Se me permitía vencer y utilizarla, porque la había cogido, no ganado, para salvar a otros de ella.
-Pero la Capa, la tomé por vana curiosidad, y nunca funcionaría para mí como para vosotros, sus auténticos poseedores. La piedra la habría utilizado en un intento de arrastrar de vuelta a los que descansan en paz, en vez de ser capaz de sacrificarme a mi mismo, como tú has hecho. Tú eres el legítimo poseedor de las Reliquias.
Dumbledore palmeó la mano de Harry, y Harry levantó la mirada hacia el anciano y sonrió. No puedo evitarlo. ¿Cómo podía guardar rencor a Dumbledore ahora?
-¿Por que me lo ha puesto tan difícil?
La sonrisa de Dumbledore fue tremula.
-Me temo que contaba con que la Señorita Granger te retrasara, Harry. Temía que tu cabeza ardiente pudiera dominar a tu buen corazón. Me asustaba eso, si presentaba categóricamente la verdad sobre estos objetos tentadores, podías coger las Reliquias como yo lo hice, en el momento equivocado, y por las razones equivocadas. Si posabas las manos en ellas, quería que las poseyeras con seguridad. Eres el auténtico amo de la muerte, porque el auténtico amo no busca huir de al Muerte. Acepta que debe morir, y entiende que hay cosas mucho, mucho peores en el mundo que morir.
-¿Y Voldemort nunca oyó hablar de las Reliquias?
-No creo, porque no reconoció la Piedra de Resurección que convirtió en Horrocruz. Pero incluso si las hubiera conocido, Harry, dudo que se hubiera interesado en ninguna excepto en la primera. No había creído necesitar la Capa, y en cuanto a la piedra, ¿a quién había querido devolver de la muerte? Él teme a la muerte. No ama.
-¿Pero esperaba que fuera a por la varita?
-Estaba seguro de que lo intentaría, desde que tu varita venció a la de Voldemort en el cementerio de Little Hangleton. Al principio, temía que le hubieras conquistado con una habilidad superior. Una vez hubo raptado a Ollivander, sin embargo, descubrió la existencia de los núcleos gemelos. Pensó que eso lo explicaba todo. ¡Aunque la varita prestada no fue mejor contra la tuya! Así que Voldemort, en vez de preguntarse a sí mismo que cualidad había en ti que hacía a tu varita tan poderoso, que don poseías que él no, naturalmente se embarcó en la búsqueda de una varita que, por lo que decían, batiría a cualquier otra. Para él, la Varita de Sauco se había convertido en una obsesión, que rivalizaba con su obsesión por ti. Creia que la Varita de Sauco eliminaba su última debilidad y le hacia verdaderamente invencible. Pobre Severus...
-Si planeó su muerte con Snape, ¿quiere decir que él se quedó con la Varita de Sauco, verdad?
-Admito que esa era mi intención -dijo Dumbledore-, no funcionó como yo pretendía, ¿verdad?
-No -dijo Harry-. Esa parte no funcionó.
La criatura bajo ellos se sacudió y gimió, y Harry y Dumbledore se sentaron sin hablar un largo rato. La comprensión de lo que habia ocurrido se aposentó gradualmente sobre Harry en esos largos minutos, como suave nieve cayendo.
-Tengo que volver, ¿verdad?
-Si así lo quieres.
-¿Tengo elección?
-Oh, si -Dumbledore le sonrió-. ¿Estamos en King Cross dijiste? Creo que si decides no volver, podrás... digamos... tomar un tren.
-¿Y adónde me llevaría?
-Adelante -dijo Dumbledore simplemente.
Silencio de nuevo.
-Voldemort cogió la Varita de Sauco.
-Cierto. Voldemort tiene la Varita de Sauco.
-¿Pero usted quiere que vuelva?
-Creo -dijo Dumbledore-. que si eliges volver, hay una posibilidad de que esto puedo terminar bien. No puedo prometerlo. Pero sé esto, Harry, que tienes menos miedo de volver aquí que él.
Harry miró de nuevo a la especie de material que temblaba y se ahogaba en la sombra bajo la distante silla.
(Harry glanced again at the raw looking thing that trembled and choked in the
shadow beneath the distant chair. )
-No compadezcas a los muertos, Harry. Compadece a los vivos, y sobre todo, a quien vive sin amor. Pero volviendo al tema, puedo asegurate que se mutilaran menos almas, y se romperan menos familias. Si esa no te parece una meta que merezca la pena, digamos adios al presente.
Harry asintió y suspiró. Abandonar este lugar no sería ni de lejos tan duro como había sido entrar en el bosque, pero se estaba caliente y había luz y paz allí, y sabía que se dirigía de vuelta al dolor y al miedo de más pérdidas. Se puso en pie, y Dumbledore hizo lo mismo, y se miraron durante un largo momento a la cara.
-Dígame una última cosa -dijo Harry-. ¿Esto es real? ¿O ha estado ocurriendo dentro de mi cabeza?
Dumbledore le sonrió ampliamente, y su voz sonó alta y fuerte en los oídos de Harry a pesar de que la brillante niebla estaba descendiendo de nuevo, oscureciendo su figura.
-Por supuesto que está ocurriendo en tu cabeza, ¿Harry, pero por qué demonios tendría que significar eso que no es real?
 
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